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¡No olvides visitar Barajas para trasladarte  al escenario de esta historia!


En el mundo todo el tiempo suceden cosas, pero no todas las cosas son igual de interesantes que otras, de vez en cuando suceden cosas que no puedes olvidar, aunque intentas sacudirlas, nunca salen de ti y, lo que es más, brotan sin que lo tengas que pedir, tienen en sí un mensaje o advertencia que solo comprende quien la presencia. Cuando una historia tiene esto, aunque sea ficción, se troca misteriosamente más real y por “más real” quiero decir en un susurro personal.

Le llamamos conciencia, pues se asemeja a un conocimiento interior que nos revela el bien y mal en las cosas ordinarias. No hay cosa más ordinaria que un hombre duerma tranquilo después de limpiar su patio a escoba, pero si la escoba resulta ser de su vecino, esa historia cortará a sus noches el camino.

Para ser rechoncho hay algunos requisitos que cumplir, y al cumplirlos se les puede decir adiós a ciertas habilidades. Sin embargo, las habilidades del viejo Rechoncho se encargaban de ser el soporte para las más fantasiosas leyendas que servían de alimento para la imaginación de hasta la más salvaje bestia.

El asunto de las “leyendas” (como suelen llamarle los pueblerinos a la murmuración) mantenía ocupados a los vecinos que hasta el día de hoy suelen reunirse en ciertos puntos del pueblo a beber todas las noches con la excusa de una nueva historia. Cuando Rechoncho era visto en las calles, la gente sorprendida balbuceaba con torpeza:

—¡Es él! —Pero tan pronto los demás volteaban para ver el espectáculo, Rechoncho desaparecía.

Todos hubiesen creído que Rechoncho era una historia de borrachos, a no ser porque podía vérsele sentado frente a su recámara observando atentamente la pálida intermitente luz que colgaba de la punta del poste frente a su casa. No importaba el momento del día, si alguien pasaba frente a su casa, podía ver a través de un árbol de ciruela y la trama de la puerta frontal, toda la figura de Rechoncho.

Aquellos borrachos aún con vergüenza, que volvían a casa en la oscuridad para no ser vistos, preferían delatarse a no contar lo que sus ojos maltrechos veían y es que incluso de noche, si uno se esforzaba, podía ver la inconfundible silueta de Rechoncho en su esquina habitual. Mientras unos aseguraban verlo a cierta hora por las calles, otros juraban no haberle visto despegarse 

“...a no ser porque podía vérsele sentado frente a su recámara...”

de su lugar a la misma hora. Así, todas las noches llenaba Rechoncho no solo su overol, sino las bocas y oídos de todo el pueblo.

Después de rebuscadas explicaciones por parte de los vecinos, la conclusión fue, por rumor democrático, que Rechoncho estaba lleno de “omnipresencia”, sin entender realmente lo que eso significaba, pues “bilocación” es la palabra que buscaban.

Muy delgadas son las almas que se alimentan solo de lo que quieren escuchar y rehúsan su oído a la verdad, porque la verdad ensancha y la mentira estrecha, la verdad señala y la mentira oculta, aunque a veces la verdad esté oculta y la mentira expuesta, pero ni siquiera un alma de estas era lo suficientemente delgada para entrar en Esbelto, de quién se decía precisamente eso, que era un tan esbelto que ni un alma le cabía.

No muy lejos del amanecer, durante la madrugada, Esbelto, lleno de hambre, pasaba río arriba montado en una bicicleta cubierta de apresuradas reparaciones. Un manubrio sin gomas que al apuntar a la derecha la llanta iba a la izquierda y al revés, el cuadro tenía seis miembros extra y un emblema con la inscripción SUNDAY rematando la potencia. Gracias a la increíble altura de Esbelto cada pedalear dibujaba un círculo con su rodilla que pasaba por encima de su cabeza, era tan alargado que otro rumor decía que la histórica sequía que años atrás había golpeado al pueblo había sido causada gracias a que Esbelto cubrió todo lo largo del río tratando de lavar sus pantalones.

Esbelto era de no mirarse y sostener una mirada cruzada con él entumecía la garganta, la aparente ferocidad de su semblante ahuyentaba cualquier intento de amistad. La ferocidad que los hombres aparentan es en algunos casos inútil contra los diabólicos susurros de un cuerpo hambriento, y con mucha frecuencia más conquista la mansedumbre que la exterior violencia, cualquier camino agota, pero una conciencia trémula es carga más pesada que un cuerpo exhausto.

Luego de pasar el último poste de luz sobre la calle y perderse en la oscuridad, Esbelto salió de nuevo a la luz y haciendo un espléndido derrape que gracias a sus llantas sin aire nadie escuchó, cortó la maniobra justo frente un gran árbol de ciruelas. Bajó de su bicicleta y la atrancó con dos piedras por llanta dejándola preparada para montar.

“...Esbelto, lleno de hambre, pasaba río arriba montado en una bicicleta llena de apresuradas reparaciones.”

Esbelto se encaminó hacia el árbol y mientras más se alejaba de su bicicleta, menos feroz se sentía, porque al ser esta tan pequeña, él se engrandecía, y a mitad del camino se detuvo esperando una voz que lo detuviera. Siguió avanzando, y tragando distancias con el largo de su zancada pasaba primero debajo del ciruelo camuflado con la delgadez de sus ramas, era casi invisible por ser él aún más delgado, y segundo, al llegar a la puerta, apoyó su pie en una trama de acero y después, con el izquierdo ya sobre la barda, escaló en dos pasos a la azotea. A pesar de la oscuridad de la noche y de que solo se podía ver unos cuantos centímetros adelante, a Esbelto le pareció que era demasiada luz la que exponía sus felonías.

Esbelto siguió avanzando, buscando el mejor lugar para bajar y aunque la luz de las estrellas 

“...al llegar a la puerta, apoyó su pie en una trama de acero y después, con el izquierdo ya sobre la barda, escaló en dos pasos a la azotea.”

llegaba, era poca para pasar con seguridad el desconocido paso, pero Esbelto siguió en marcha. El hombre que caminaba no era el mismo hombre que pasos atrás había derrapado y desmontado intrépidamente su bicicleta, cada paso que daba, su noche se hacía más oscura y sin nada con lo que compararse, se sentía más pequeño, pero Esbelto sabía que ya no tenía otra opción, sino permanecer en calma a pesar de la vergüenza.

La azotea no era larga, de hecho, medía apenas unos cuantos metros, pero se sentía larga como la espera de un consuelo, y justo cuando se encontraba en lo más alto, no de la azotea, sino de su vergüenza, la oscuridad de sus pies se llevó el suelo donde caminaba haciéndolo caer. La caída cuenta no de los pies al suelo, sino desde la cabeza, por eso, mientras la gravedad hacía lo suyo, tuvo tiempo para girar la vista en el aire pudiendo ver el gran círculo por donde había caído y a través del cual podía ver las estrellas, sintiendo caer al fondo de un agujero.

—La última vez que revisé, las azoteas no tenían agujeros —Pensó Esbelto mientras se quedaba quieto en caso de que alguien lo hubiese escuchado, pero no se escuchaba ni un susurro y es precisamente lo que hacía la noche más triste, un hombre derribado al final de un agujero, que solo puede mirar el cielo con deseo, si las estrellas tuvieran conciencia, se habrían apagado voluntariamente para no humillarlo más.

Un poco después, Esbelto se puso de pie y sacudió el polvo de su hombro derecho con su misma mano derecha, rodeando su espalda, su hombro izquierdo de la misma manera, y sacó 

“...tuvo tiempo para girar la vista en el aire pudiendo ver el gran círculo por donde había caído...”

de su bolsillo un saco de tela donde tenía pensado poner lo que encontrara. Delante de él, gracias a una larga ventana podía verse la silueta del fregadero que le sirvió de brújula hasta la cocina, y haciéndolo en silencio comenzó a llenar el saco, y mientras el saco robustecía más, más era el peso que arrastraba Esbelto naturalmente y lo que en principio le prometía alivio, vino a ser pesada aflicción.

Al rededor de la cocina parecían las plantas estar pintadas, porque no rodaba el viento ni un grano de arena, a excepción de una colocada en la esquina habitual de Rechoncho que se movía extrañamente hacia adelante y hacia atrás. Sin darse cuenta de la contradicción, y teniendo ya el saco a reventar, Esbelto salió de la cocina por el lado derecho.

“La planta” dejó de mecerse y comenzó a moverse rápidamente detrás de él, Esbelto que caminaba a paso corto (que para él eran dos metros por paso) al dar el tercero volteó rápidamente la mirada y “la planta” se detuvo pasando desapercibida, siguió adelante y al dar el cuarto paso, justo frente a la blanca puerta principal escuchó a Rechoncho que con voz grave decía — He visto muchos árboles enjutos, pero todos crecen de la tierra al cielo, nunca vi uno que quisiera clavarse tan problemáticamente al suelo —Con una risa burlona, pero amistosa. Esbelto sorprendido giró tan rápido que sus hombros alcanzaron sus ojos un segundo después, aun así, al ver la silueta de Rechoncho revelarse a la luz del ambiente se sintió más ligero y vio en la enorme mano derecha de Rechoncho el saco que él tenía hace apenas unos segundos en su izquierda.
Liberado del peso, Esbelto pudo extender sus rodillas y alcanzar su verdadera y dominante altura pensando que serviría de algo. Jamás había sido molido a golpes, pero al ver las enormes manos de Rechoncho y la forma en la que balanceaba con facilidad de un lado a otro el saco que él a duras penas pudo sostener y vencía sus rodillas, supo que corría el riesgo de ser iniciado, así que no quiso averiguar y lentamente desinfló su pecho siendo lo único que movía las plantas, pues el viento no soplaba, ni siquiera los grillos cantaban y la atmósfera se volvía al tiempo más incómoda.

—Solo intento salir de la miseria —dijo Esbelto al fin.
—Toma esto —replicó Rechoncho, y con gran velocidad puso Rechoncho el saco con comida en manos de Esbelto.
—Yo te veo igual de miserable —Teniendo increíblemente ya de nuevo Rechoncho el saco en sus manos.

Mirando la barriga de Rechoncho, Esbelto olvidó su culpa por un momento y dijo:

—Qué sabrás tú de miseria y hambre, si jamás has tenido que cuidar los minutos por la mañana para no alcanzar la tarde sin comer y procurado saltarte la noche durmiendo temprano. —Miró Esbelto a través de la trama hacia la calle diciendo —La escasez es como una cárcel a donde te llevan sin crimen. No hay juicio, juez ni justicia, solo verdugos, el verdugo se pasea frente a ti con las llaves colgadas al cuello, pero no te libera, porque para liberarte necesita ocupar tu lugar y volverse preso, esta cárcel no puede quedarse sin huésped o están dentro algunos o estamos todos, o a unos les falta todo o a todos nos falta algo. —tomando aire siguió diciendo —Los verdugos se alientan al vernos, porque su miseria no es tan grande, nos admiran sin querer ser nosotros y dan gracias a Dios por no serlo.

Cuando se ablandan sus ojos, lanzan sus sobras al piso y esperan en que las tomemos con gratitud. No hablan, pero ofenden con su forma de dar, porque quedamos humillados encima de hambrientos. Buena cara llenaría más que sus migajas.

—Tan pronto Esbelto regresó a sí mismo, comenzó a escalar por la trama mientras todavía seguía hablando para ver si lograba escapar, pero de pronto sintió un manotazo que, de no haber sido detenido por el suelo enladrillado, lo habría regresado a su infancia. Se puso de pie airado con las venas de su frente como deltas, pero al ver de nuevo los martillos que llevaba Rechoncho por manos y recordar lo que estaba haciendo pensó que difícilmente hubiese podido dormir sin esa caricia.
—Reboso de suerte —dijo Esbelto sacudiéndose mientras se levantaba —No sé qué es peor, si golpear al pobre o mandarlo a la cárcel —dijo Esbelto mirando a Rechoncho con la esquina del ojo, en señal de pensar ya haber recibido suficiente penitencia.
—Quédate tranquilo —contestó Rechoncho que seguía balanceando el saco de comida —No creo que haya esposas de tu talla de todos modos, además, el ladrón es ladrón cuando escapa con algo y sin mirar atrás pierde su corazón —Esto lo decía Rechoncho porque en medio del silencio el corazón de Esbelto sonaba con tanta fuerza que con cada latido se levantaba del suelo.
—Y por lo que veo, ni te llevas nada, ni olvidas algo —sentenció Rechoncho.
—En eso estamos de acuerdo —contestó Esbelto —¿Qué podría dejar si con nada llegué? —continuó.
—El que abraza la pobreza muy a menudo presencia las mejores cosas de este mundo y espera las del otro. —contestó Rechoncho.
—¿Quieres saber lo que he visto? —replicó Esbelto— Veo hombres con ojos enfermos, con vidas largas en tiempo, pero cortas en sentido, se esfuerzan por no mirar al cautivo que aprisionan, hasta que nos hacemos el ruido de sus noches y nos silencian con sobras. Se marchan entonces prometiendo más ayuda mañana, dando tiempo de que mengüen sus ganas. Para el pobre robar es revolucionario, la generosidad incierta del mañana, el revolucionario la vuelve justicia hoy. Es justo que todos tengan lo que necesitan, no hay razón para acumular mientras otros necesitan. Esta es la verdadera virtud, esta es la verdadera generosidad, la que obra antes de que los cuerpos caigan, no la que entre lágrimas cuerpos levanta.
—Dos litros de leche, media docena de huevos, tres latas de frijol, dos tomates, medio kilogramo de tortilla, chocolate para hervir, jamón de pavo, dos kilogramos de res y tres kilogramos de milanesa de pollo y un batido —dijo Rechoncho.
—A Esbelto le parecía familiar, pero no le dio importancia, estaba más preocupado por salir pronto —Tengo una pregunta, caudillo de la insurrección —dijo Rechoncho.
—Apresúrate a hablar —replicó Esbelto sin despegar sus dientes y apretando sus huesudas manos por la burla de Rechoncho.
—Si tu justicia consiste en que cada uno tenga lo necesario, ¿cómo sabe el ladrón lo que necesita a quien le roba? Dime ¿Se detiene acaso a estimar la necesidad de quien cuyos bienes arrebata? o ¿No será mejor decir que si el ladrón se detiene de tomar es a causa de no traer consigo un saco más grande o de no tener más tiempo antes de ser descubierto? Y… si tuviera un saco y tiempo necesario ¿No seguiría despojando a alguien hasta si pudiera, tomar todo lo que posee, incluso su nombre para convertirse en él? —preguntó Rechoncho sarcástica curiosidad y continuó —El cautivo del que hablas mira con codicia sobre envidia los bienes del verdugo, y el verdugo no ve otra cosa que sus bienes con avaricia sobre idolatría, ambos a oscuras por un bien que frente a su libertad no es más que un mísero jornal ¿Cómo llamas a esto justicia, cómo lo llamas virtud si nace del mismo deseo egoísta e idólatra de quien no comparte lo que tiene o comparte sobras de sus sobras? —Seguía hablando Rechoncho con una voz de trueno —Arrebatas con la misma maldad con la que ellos acumulan que si tuvieras lo que ellos serías lo que ellos, porque tengas necesidad de tener o merito para merecer, sin virtud, o ladrón o deudor es tu única opción, siempre injusto al fin.
—Esbelto contraatacó diciendo —La virtud no hace desaparecer el hambre de hoy y los pobres no vivimos para mañana.
—El hambre de hoy apareció por la virtud que no hubo ayer —dijo rápidamente Rechoncho mientras seguía dando vueltas al saco de comida.
—Esbelto seguía el saco con sus ojos hundidos y dos vueltas antes de quedar hipnotizado espabiló diciendo —Por no haber llegado sus virtudes debemos ahora tomar otros caminos de justicia y si les llega a faltar mientras tomamos, que sepan que a mí me faltó primero.
—No me sorprende que tu cerebro este tan desviado como tu manubrio —embistió Rechoncho que no sabía retenerse —No puedes ver frente a ti, las oscuridades en las que andas, tu falsa virtud no busca justicia, busca venganza y ahí reside tu verdadera estrechez, no en el alimento que no tienes, sino en el que no aceptas. Hay una cosa que escasos o abundantes pueden dar y es su fidelidad a la virtud, porque así, andando ya en luces son luz de otros.

—Mientras Rechoncho hablaba, Esbelto sentía ensancharse al escuchar, y por primera vez sus dedos no cupieron entre su pantalón y su cintura, sintiéndose contradictoriamente más ligero.

—El que es ancho en virtud, aunque tenga poco siente siempre haber recibido mucho, pues es libre para perseguir el bien y ¡Que luz brilla en él cuando lo encuentra! Todo bajo esta luz aprecia y la prefiere sobre toda piedra, así como el abundante que también la conoce, ya no desea más que volverse pobre. No tiene nada ya propiamente suyo, lo que posee pasa todo a ser arrullo de otros. Y soberanos de sí, el desposeído puede ser rey y el poseído también, porque gobernante es el que sirve al Bien —dijo Rechoncho acercándose rápidamente a Esbelto.

Antes de que Esbelto pudiera decir algo, Rechoncho lo tomó por uno de sus tirantes llevándolo hasta la sala, Esbelto sin poder hacer nada echaba espumarajos resignándose como un muñeco.
—Ahora te dejaré ir… ¡pero saldrás por el agujero de donde caíste! —Y moldeando a Esbelto en forma de balón Rechoncho hizo con él un despeje formidable que parecía incendiaria estrella fugaz brillando para todo el pueblo.
El vuelo de Esbelto terminó encima de su bicicleta perfectamente sentado, con una muesca y levantando el brazo declarando revancha se puso en marcha. Su bicicleta era vieja, pero igual su historia juntos, Esbelto sabía reconocer el rechinar de su fiel compañera así que pronto se dio cuenta de que algo extraño sonaba en la llanta delantera y el peso del manubrio no le era familiar. Se detuvo a buscar un poco de luz estelar descubriendo atado al manubrio su saco lleno como dulce de hormigas. Abrió el saco y comenzó a nombrar lo que veía —Dos litros de leche, media docena de huevos… —Mientras la lista avanzaba el volumen de su voz disminuía hasta que un escalofrío recorrió sus huesos (naturalmente, pues no tenía otra cosa) por reconocer que la comida en el saco era igual a la lista de víveres que todos los meses se entregaba en el pueblo solo a los más pobres de los pobres.

La mejor parte era un frasco de cristal con un batido de frutos rojos que coincidentemente era el favorito de Esbelto siempre después de darle una sacudida, algo de lo que ya Rechoncho se había encargado. Esbelto tomó el frasco, lo elevó al mismo tiempo que inclinaba su cabeza con el respeto que los rufianes también saben dar y lo bebió.

A la mañana siguiente, electricistas del ayuntamiento inesperadamente asistieron a instalar un nuevo poste de luz setenta metros después del último en el camino río arriba. Unas horas más tarde, al caer la noche, Rechoncho descansaba en su esquina habitual mirando al poste frente a su casa que esta vez con luz de permanente fulgor y setenta metros río arriba, podía verse la casa de Esbelto bajo el nuevo poste con una luz similar. 

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